Alex Nogués Otero
Consejos para escritores…que grande me suena. Se me hace difícil escribir sobre esta materia por varios motivos, de los que destacaré dos. El primero: cuando pienso en mí, no pienso en un escritor (seguro que cuando lea esto mi agente se acordará de todos y cada uno de mis parientes). El segundo y no menos alarmante: tampoco creo mucho en los consejos. Me encanta leerlos y precisamente en esta sección he leído muy buenos. Siempre me convenzo de que los pondré en práctica tras su lectura, pero lo más habitual es que mi instinto -ese animal que llevo dentro- se encargue de asfixiar mi voluntad y me reconduzca a la senda de lo intuitivo. En cualquier caso no puedo renunciar a la oportunidad que me ofrece Ezequiel Teodoro: hablar sobre cómo narrar escribiendo, algo que me gusta tanto… No serán pues exactamente Consejos para Escritores lo que pretendo desarrollar ahora, será más bien un ejercicio de Escribir para Consejos. Espero que sepáis perdonármelo.
Un día mi hermano, una fuente inagotable de curiosidad, me pasó un libro de psicología de un tal Mihály Csikszentmihályi. Allí descubrí un término psicológico fascinante: flujo. Una definición posible sería ésta: un estado mental en el que la persona está completamente inmersa en la actividad que está ejecutando. Un estado en el que el tiempo se desvanece. Un estado en que tienes la sensación de absoluto control de la situación. Un estado en el que se funde acción y consciencia. Energía interior canalizada que produce una intensa satisfacción personal. ¡Eso es lo que siento exactamente cuando escribo!
En otra ocasión, curioseando en el blog de un amigo ilustrador, descubrí otro término psicológico tan o más importante que el anterior: la procrastinación. Sonaba horroroso. Lo primero que pensé fue en autocastración y, sin ser exactamente eso por suerte, podría entenderse así. Técnicamente, la procastinación se define como el acto de aplazar situaciones importantes sustituyéndolas por otras más irrelevantes y gratificantes. Entonces descubrí que me pasaba la vida procrastinándome. Y en los últimos tiempos lo hacía precisamente escribiendo. ¿Qué tal si intentaba que ese acto irrelevante y gratificante que me apartaba de los actos urgentes e importantes de mi vida se convirtiera en el centro, en lo impostergable? En eso ando.
No hace mucho, ya inmerso en un estado de flujo más frecuente, asistí a una interesante lectura de fragmentos de novelas en construcción. Allí vislumbré el oficio del narrador. Gente que se hace esquemas, que planifica los pasos, que sabe aparcar su inspiración y sumergirse en tecnicismo. ¿Soy yo un bicho raro? Escribo todo lo que me pasa por la cabeza. Si no tengo tiempo, escribo microrrelatos (o como diablos se llamen). Si las palabras no me bastan, escribo un guión para un cómic o un libro para ilustrar. Un día mis hijos me dicen algo y se me ocurre un cuento infantil o seis poemas. Y en ese proceso no hago ni un esquema. No planifico. Pero hace poco me di cuenta de que no era un tipo tan raro. Camino. Camino mucho. Y cuando lo hago mi cabeza no da vueltas. Entro en un estado casi meditativo. No vacío mi mente del todo pero consigo uno sola línea de pensamiento: mi historia. Y allí avanza y retrocede. Se teje. Escribo caminando. Cuando me siento a escribir conozco el argumento, aunque solo la superficie. Me dejo el margen de sorpresa necesario para motivarme y sentarme delante del ordenador.
Recientemente me di de alta en facebook que, todo sea dicho de paso, además de una red social muy útil, es un arma procrastinadora muy poderosa. Cada día me llegan una tonelada de citas y consejos. Los mejores que he leído hasta la fecha son los de Chuck Palahniuk. He aquí un fragmento soberbio: «Si usted no sabe lo que viene después en la historia… limpie el inodoro. Cambie la ropa de cama. Por el amor de Cristo, el polvo de la computadora. Una mejor idea vendrá». Me sorprendió mucho leer esto de un tipo tan nihilista, capaz de quitarte las ganas de vivir al leer alguna de sus novelas. Pero es así. Hay un tiempo para llenarse y otro para vaciarse. Y para llenarse, entiendo yo, no hace falta escalar una montaña, viajar a la otra punta del globo o emborracharse seis noches seguidas. Para llenarse hace falta vivir. Apartarse de la ficción. Las historias, las ideas, están acechando en cada instante, en cada rincón.
Y para escribir hace falta vaciarse. Darlo todo. Fluir.
Caminar. Fluir. Luchar contra uno mismo. Llenarse y vaciarse. Esos son algunos de mis paraconsejos, quizás solo útiles para mí mismo. En otra ocasión seré más conciso, aunque mi instinto ya me ha dicho que eso, lamentablemente, no podrá ser.
El autor
Nació en Barcelona en 1976. Padre. Amigo, amante y marido. Geólogo de formación, paleontólogo de vocación, hidrogeólogo de profesión. El andar cansado de tanto logo en su vida y los hachazos de la crisis lo han llevado a dedicarse cada día un poquito más a lo que realmente le gusta: escribir. Fascinado por la literatura infantil, juvenil y de género fantástico, curiosamente ha publicado relatos de ciencia ficción en la revista Redes y el libro de fotocuentos La Cámara de Escribir, una propuesta narrativa experimental.
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Es muy difícil no procrastinar. Por eso me alejo de facebook, arma de procrastinación total.