Lo confieso, no me gusta el fútbol. Ni el Barça-Madrid siquiera.

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El fútbol separa, pero también une. Aquellos que no pertenecemos a la santa hermandad de seguidores de uno u otro estandarte nos encontramos fuera de lugar en cualquier almuerzo de trabajo. Proveedores y clientes entablan relaciones hablando del paradón de Casillas o del gol de Messi. Jefes y subalternos estrechan amistad en torno a conversaciones acerca de la compra de jugadores. Este deporte se ha convertido en un lugar común para la sociedad, del que nos sentimos excluidos quienes no compartimos tal afición. Incluso en las conversaciones más triviales entre dos personas que se acaban de conocer en una fiesta surge la pregunta puñetera: ¿eres del Barça o del Madrid? Seguir leyendo