La Verdad de Ceuta

Lo veía entusiasmado tecleando en su portátil durante horas. Allí, en la habitación del fondo, ausente del mundo real, huyendo del bullicioso salón donde estábamos reunidos el resto de la familia. Allí vagaba inmerso en otro mundo sólo existente en su cabeza, dando vida a su obra, esa que tuve el enorme privilegio de leer cuando sólo era un proyecto… bueno, mejor dicho, cuando sólo era un sueño.  El sueño de alguien que  hablaba y hablaba de su novela con ese brillo en los ojos entre la ilusión y la emoción, típico de un niño en la noche de Reyes.

Cuando aquel borrador llegó a mis manos tardé varios días en abrirlo. Dudaba si comenzar o no su lectura. A la semana lo hice con curiosidad y con cierto  recelo, la verdad sea dicha, al no saber qué me encontraría en el propósito de ese niño grande que hablaba y hablaba de su novela sin parar…

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