La portera me lo contó

Ezequiel Teodoro

Hoy hablamos del narrador más cotilla: el voyeur. O lo que es lo mismo: la portera o el narrador testigo.

El narrador voyeur no cuenta su historia sino la de otro personaje. Pongamos como ejemplo al archiconocido Sherlock Holmes; así comienza la tercera novela del famoso detective, El sabueso de los Baskerville: “El señor Sherlock Holmes, que de ordinario se levantaba muy tarde, excepto en las ocasiones nada infrecuentes en que no se acostaba en toda la noche, estaba desayunando”.

¿Quién nos habla así? Nada menos que el doctor Watson, su colega y quien se encarga de ir narrándonos las aventuras del hijo más famoso de Sir Arthur Conan Doyle. Si os fijáis, nos dice que el detective era un trasnochador, que se despertaba tarde y que en ese momento desayunaba. Una portera de toda la vida diría algo así: “el señorito Sherlock llega a las tantas casi todos los días, y luego, según me ha dicho la Patro, la criada, no hay quien lo despierte ante de las doce. Hoy, mire usted, tendría algo rondándole la cabeza, porque me ha dicho la Patro que ha desayunado bien temprano. Y es verdad, porque yo lo he visto salir hace nada”.

Watson es un narrador cercano al lector, casi lo más cercano que se puede sin convertirse en el propio protagonista. Y además permite compartir esa cercanía sin el engolamiento que produciría hablar demasiado de uno mismo. Sherlock de por sí es un poco ególatra, o al menos da esa impresión, pues siempre lo sabe todo. Si él contase su propia historia, al lector le resultaría demasiado presuntuoso.

Además, este narrador hace verosímil la historia. Pues la cuenta alguien que ha estado presente en el desarrollo de la historia o, en todo caso, alguien a quien le han contado de primera mano la misma. Es el personaje que diría: “hace unos día vi… el otro día me dijeron… hace poco me encontré con… y me dijo…”.

Igualmente, es fantástico para tomar al lector de la mano y hacerle participar en la historia. Es como un amigo que al mismo tiempo que te va contando lo que le ocurre a otro, te expone sus propias dudas e, incluso, te puede inducir a error, pues él no posee toda la información. Y este juego crea misterio y tensión en la novela.

Pero, ¡cuidado!, tiene sus inconvenientes. El narrador voyeur tiene que justificar cómo conoce la información. No sería creíble que Holmes, por poner este caso, nos relatara escenas en las que no ha participado y que nadie le ha contado previamente, o que supiera cosas por arte de magia. Por que lo primero que el lector piensa es: ¿y éste cómo sabe esto que me está contando?

Asimismo, tampoco sirve que siempre use las mismas fuentes de información: no siempre puede estar en el lugar de los hechos, ni siempre se lo puede contar un amigo que pasaba por allí. Cuanto más variedad, más natural parecerá.

Por otro lado, debemos graduar su grado de implicación en la historia. No olvidemos, que este narrador es un personaje testigo de los hechos, pero no es el protagonista. Debemos andar con precaución para que no eclipse al personaje principal, pero también hemos de ser cautos para que el testigo no aparezca en la primera línea y quede borrado en el resto de la novela.

Otro de los casos más interesantes que he conocido en los últimos años es el del Capitán Alatriste, de uno de nuestros escritores más vendidos en la actualidad, Arturo Pérez Reverte. Iñigo, hijo de Lope Balboa, soldado de los Tercios de Flandes y amigo de Diego Alatriste, nos relata las aventuras del famoso capitán: “No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y había luchado como soldado en los tercios viejos en las guerras de Flandes. Cuando lo conocí malvivía en Madrid, alquilándose por cuatro maravedís en trabajos de poco lustre…”.

Qué magnífica presentación, y que discreto nuestro Iñigo, que no ofrece su nombre hasta la quinta página. Luego es cierto que a lo largo de las sucesivas novelas, irá alcanzando protagonismo, convirtiéndose en algunos momentos en protagonista de subtramas, como la historia de amor con la bella y muy peligrosa Angélica de Alquezar.

El autor

hormigadoroEzequiel Teodoro nació en Ceuta en 1971. Ha escrito desde muy joven relatos y poesía, encauzando posteriormente sus inquietudes literarias hacia el periodismo, que ejerce desde 1989. Ha publicado la novela El manuscrito de Avicena (Entrelíenas, 2011), de la que ha vendido hasta ahora más de 6.000 ejemplares, y ha publicado relatos en distintas revistas y en dos colecciones: la colección de relatos del Ateneu barcelonés de 2010 y en 666, una colección de relatos de terror de paraiso4.com