Apretados nubarrones regaban el valle, sacándole a los plataneros el calor del día. El aguacero empapaba la cabaña y la blanda tierra de alrededor; dentro, la mucama ahogaba los rescoldos de la cocina y rezongaba por las tareas aún por hacer. Apagado el fuego, se incorporó y miró por la ventana, una gruesa cortina de agua borraba la selva, luego cogió un trapo y se secó el sudor de las axilas, después se lo llevó a la nariz y olisqueó el hedor de su piel. No tieee tiempo una ni de frescarse los bajos.
Refunfuñó de nuevo, cogió un cántaro y se dirigió al cuarto de los niños. Ae, a las bestias. Caminaba arrastrando los pies mientras musitaba una queja que apenas escapaba de sus gruesos labios. El gobernaor eh bueno, eh la bicha, que me tieee ojeriza.
Ya llevaba un mes en la casa de los europeos, había llegado del interior huyendo de la miseria y de los correazos del padre, cuando en la iglesia baptista la acogieron y la llevaron a casa del gobernador, y éste, a su vez, la puso a servir con el Padre Conrad. En qué maá hora. La mucama se demoró perezosamente ante la destartalada puerta del dormitorio infantil y, bajo la penumbra del oxidado quinqué del pasillo, oyó el griterío del interior y sintió de improviso el aroma seco de la pipa del sacerdote.
El padre Conrad siempre fumaba de su pipa, y su ropa, los cubiertos, las copas, el salón, todo apestaba a ese asqueroso tabaco de Londres. A está con eh jumo el amo. Entre las seis de la tarde y las once de la noche el cura se arrellanaba en la hamaca del porche, su obeso cuerpo envuelto en una arrugada camisa blanca, un sombrero de ala ancha para el sol, y fumaba y bebía y roncaba a intervalos. Estará aentro. Elagua las pantao. La mucama rió con una risa áspera y luego tosió una, dos, tres veces.
Ea, niños, a eh hora del sueño. En el dormitorio dos niños, de ocho y diez años, saltaban sobre los colchones de dos viejas camas metálicas envueltas por una fina tela que caía desde el techo. Vais a rompé las camas. Aquí tá elagua. La mucama salió y oyó de nuevo las voces de los niños, suspiró y se acercó a la ventana del pasillo. Fuera la lluvia seguía embarrando la tierra verde del valle.
[…] regaban el valle, sacándole a los plataneros el calor del día. El aguacero Ver original: ezequielteodoro Déjanos tu […]