Es la primera vez que tengo el inmenso honor de presentar El manuscrito de Avicena en la sede de una Casa de Ceuta.
Si bien es cierto que en la presentación de Sevilla estuvieron presentes varios miembros de la Casa de Ceuta en aquella ciudad, y que el presidente de la Casa de Ceuta en Cádiz me pidió amablemente que le enviara una dedicatoria para incluirla en un ejemplar del libro que tienen en su biblioteca.
En cualquier caso esta es la primera vez que, como digo, presento en una Casa de Ceuta.
Y para mí es un enorme orgullo. Yo, como vosotros, también tuve que abandonar Ceuta. Imagino que como muchos de los que estáis aquí, llegó un momento en que las expectativas laborales me hicieron emigrar.
A vosotros a Cataluña, a mí a Andalucía primero, concretamente Málaga y luego Sevilla, y a Madrid después.
Yo me marché hace doce años, pero la inmensa mayoría de mi familia continúa allí, y eso me permite continuar volviendo periódicamente. Aunque cada vez menos.
Estar lejos de tu familia, de los amigos de toda la vida, de la tierra, de las costumbres con las que hemos crecido: comer pinchitos morunos o aguja palá, ir al cine Terramar o al cine Africa, nadar en El Chorrillo o en el Caballa, pescar en la potabilizadora, ir a comprar a Marruecos o al mercado de Hadú, pasear calle arriba por la Calle Real. Son tantos los recuerdos que nos unen.
Yo, como vosotros, me fui pero también me llevé una parte guardada en mi memoria. Y esa no me abandonará, como sé que a vosotros tampoco.
En mi primera presentación, el secretario de Estado de Infraestructuras, Víctor Morlán, -que me hizo el honor de presentar El Manuscrito de Avicena en Madrid y ayer mismo aquí en el Ateneu de Barcelona- destacó la licencia que me había permitido al acabar la novela en Ceuta.
Es que esta novela, El manuscrito de Avicena, debía acabar en Ceuta. Mis personajes tenían que caminar por algunas de sus calles y mostrar a los lectores ciertos recuerdos personales.
Quería ofrecer este homenaje a nuestra tierra, y de paso también, ahora que lo pienso, recordaros a muchos de los que lleváis tiempo fuera algunas de las estampas que vivisteis allí.
Así, mis personajes principales se pasean por la plaza de Africa, admirando esas altas palmeras, que casi tocan el cielo, y se deleitan con la visión del parque marítimo, muy nuevo quizá, tan sólo quince años, pero que se ha convertido en referente del paisaje ceutí.
Y también conocen una de las mezquitas más importantes de la ciudad, Sidi Embarek, allí arriba, junto a la barriada Juan Carlos I, camino del monte de la tortuga.
Espero que todas estas palabras os traigan gratos recuerdos de momentos pasados. A mí caminar por mis páginas consiguió retrotraerme al levante, al olor de la sal, a las conchas finas, a los higos chumbos que compraba mi madre al morito que pasaba con el cubo, a los pasteles de la Campana.
Pero la presencia de Ceuta en la novela no es un mero artificio, un simple homenaje gratuito. Ceuta cuenta con su papel en la trama, es parte importante del final de la historia, tan importante como cualquier otra ciudad lo hubiera sido.
No estamos acostumbrados a que Ceuta forme parte de historias cotidianas. Siempre se ven en los informativos en temas relacionados con la inmigración o el narcotráfico, con la frontera, con las exigencias marroquíes.
En mi novela incluí Ceuta como podía haber incluido Ávila o Sabadell, o Moscú, como una ciudad más, como una localidad con su belleza y sus especifidades.
Porque Ceuta es, lo digo siempre, una más entre muchas otras ciudades españolas. Debemos alejarnos de los tópicos y normalizar lo máximo posible el uso de la ciudad.
Y eso he hecho en El manuscrito de Avicena. Utilizar sus características como hubiera hecho con cualquier otra localidad.
Yo siempre digo que El manuscrito de Avicena es un territorio, que incluye Ceuta pero también otras ciudades, pero sobre todo que da vida a unos personajes muy dispares: un médico desorientado en un mundo que no le acepta, un joven espía sin familia que encuentra en el médico el referente paterno, una inglesa que ve como se le escapa la vida sin hallar el amor y un inspector de Scotland Yard que perdió a su familia en un desgraciado accidente.
Los cuatro arrastran sus propias culpas por este territorio y tendrán que aprender a vivir con ellas. Lo más difícil es aprender a vivir con un mismo, mucho más que con tu pareja.
Y además no tendrán más remedio que hacerlo, pues de ello dependerá que consigan su objetivo, salvar a la esposa del médico, que ha sido secuestrada por Al-Qaeda.
El médico, Simón Salvatierra, tiene que enfrentarse a sí mismo y a los demás en su viaje a lo largo de la novela. Ese viaje, como el de Ulises hacia Ítaca, le llevará a arrostrar una serie de peligros pero también le hará cambiar su percepción del mundo.
De alguna manera es como el viaje que yo mismo, y muchos de vosotros antes que yo, hemos tenido que emprender para alcanzar nuestros objetivos en la vida. Un viaje lleno de vicisitudes que te mantiene lejos de los amigos y de la familia, pero que te hace madurar hasta encontrarte a ti mismo.
El viaje de Simón Salvatierra comienza en Madrid y le lleva a París, a San Petersburgo, a una diminuta población de Burgos, Valdeande, y, como dije antes, a Ceuta.
El manuscrito de Avicena es una novela de acción, de aventuras, también histórica. Un poco un cóctel, lo confieso. Pero he tratado de aunar dos de los géneros que más me apasionaban: la novela poliaca y la histórica.
Como ya habéis visto en el video de presentación, El Manuscrito de Avicena es una novela de intriga que mezcla la actualidad más cercana con épocas remotas.
La literatura no son compartimentos estancos. ¿Los Pilares de la Tierra es una novela histórica o de amor? Todos dirán histórica, sin embargo, es la gran historia de amor de sus dos protagonistas a través de varias décadas. En realidad daba igual que transcurriese en el siglo XII o en el siglo XXI.
Lo más importante, como decía antes, no es a qué género pertenece una novela, sino que al lector no se le caiga de las manos.
Esa ha sido en todo momento mi ambición. Espero haberla conseguido.
Gracias a todos.