Diario del camino. Día 5.

Las cosas a veces suceden porque tienen que suceder. Nuestro retraso al final está siendo una bendición, pues de otro modo no hubiéramos tenido la oportunidad de conocer a la gente que hoy hemos conocido. Es lo que tiene este caminar hacia Santiago. Pero vayamos por partes; al final, como ya os dije ayer decidimos continuar. Tomamos esta mañana un taxi en Vigo y nos dirigimos hasta Redondela, el pueblo donde habíamos dejado el Camino. Y desde allí a pie hasta Pontevedra. 19 km nada menos. Al principio pensábamos que no íbamos a aguantar, pero luego fue casi un paseo, cansado pero paseo.

Nuestras piernas estaban ansiosas por avanzar y nuestros corazones ávidos de nuevas experiencias. Atravesamos una montaña de paisajes místicos, de paisajes de hadas y gnomos, o duendes, qué sé yo. Todo era extraño, exuberante, lleno de color verde, húmedo, rociado de riachuelos y puentes pequeñitos, colmado de bichos que saltan, bichos que vuelan, bichos que reptan. Era una explosión de vida. Un bosque. Y nos alimentamos de él. Y nos dejamos absorber por él. En un momento dado conocimos a un apicultor que nos habló de sus abejas, enfermas por no sé que bicho asiático. Y fotos. Nos hicimos fotos.

El verde invitaba a ello. También nos encontramos con una maestra de Coruña, una delicia de mujer que hizo muy buenas migas con los dos y nos acompañó gran parte del camino. De ella aprendí que las cosas suceden porque tienen que suceder. Gracias. Javier me dejó solo en varias ocasiones; parecía con prisas, áviso de albergue. En realidad, nos vino bien a ambos; a veces es necesario estar con uno mismo y avanzar con el sonido del bosque en tus oídos. Como dije alguna vez, el camino es único y diferente para cada uno. En el caso de Javier, las peregrinas eran su perdición, yo me entretenía pensando en ordenar mis próximas primeras veces: la primera compra, la primera lavadora, la primera…

Hay muchas primeras veces en todo comienzo… Pero no me asusta, puede ser hasta divertido, una aventura. Un alto en el camino para contemplar unas hermosas hortensias, moradas, violetas, amarillas, blancas… Desde luego se ha convertido en mi flor favorita. Si hacéis el camino portugués, cosa que os recomiendo (menos transitado, más lleno de vida y de verde), a unos seis kilómetros de Pontevedra os tenéis que parar en un kiosco con sillas y mesas. Primero porque os ofrecerán unos bocatas estupendos, y segundo porque a poco que lo pidáis, os desvelarán un secreto. A partir de ese km existe un camino alternativo hasta Pontevedra; no es oficial, pero el oficial es todo carretera, y este es un caminito estrecho entre arboles que se pierden en el cielo, arboles que te protegen, junto a un riachuelo serpenteante de aguas claras y pequeñas cataratas. Si os desvela ese secreto será lo mejor de la etapa.

Ahora estamos lavando la ropa. Poco queda ya para la noche y el descanso de la jornada, que a buen seguro mañana emprenderemos con mayor ilusión y ganas. Gracias a todos por vuestros ánimos y apoyos; no puedo contestaría uno a uno por falta de tiempo, pero daos por agradecidos y queridos todos, sois nuestros compañeros de viaje.