Los autores se consideran testigos privilegiados de una festividad que no tiene parangón en ninguna parte del mundo
Colas kilométricas, calles masificadas, ilusión por conocer a los lectores, el “miedo casetil” y las anheladas dedicatorias
Ezequiel Teodoro
Son las 9.00 a.m. La mañana se despereza en Barcelona. «Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así». Habrá que hacer caso a Serrat y olvidarse de los nervios, o al menos intentarlo, que no es fácil. ¿Vendrán lectores a mi firma? Siempre la misma pregunta. ¿Habrá gustado mi novela? Da igual que hayas vendido cien ejemplares, seis mil o un millón: un escritor siempre está pendiente de la opinión del último lector, como si de su juicio dependiera todo.
Es lo que algunos escritores llaman “miedo casetil”, como Santiago Posteguillo, un autor de La noche en que Frankenstein leyó el Quijote(Planeta) y que probablemente hoy agotará la tinta de su bolígrafo con cualquiera de los libros que ambienta en Roma. “No hay que tener nervios, sino ilusión”, piensa la prolífica autora de El aire que respiras (Planeta),Care Santos. “Tienes que encararlo con energía”.
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