Hoy es el tercer día de este cuarentañero en Irlanda. Cuarentañero que, por cierto, mañana cumplirá un año más. Sí, no sé por qué pero hablo en tercera persona. Cada uno tiene sus manías. ¿No hablan los reyes en plural mayestático?, algo así como Nos llena de satisfacción, etcétera, etcétera… pues yo lo mismo, pero en tercera persona, que es más republicano.
A lo que iba. Hoy ha sido el tercer día, y no ha podido empezar mejor. El matrimonio propietario de la vivienda donde nos alojamos ayer noche, nos obsequió con un estupendo desayuno, compuesto por distintos tipos de pan, mermelada, zumo de naranja natural, pastelitos salados, pastelitos dulces, fruta variada, yogures, tortilla vegetal, bagels, chocolate, café… Yo quería quedarme allí a vivir. Ah, es cierto, no os he contado como estamos viajando por Irlanda.
Pues vamos a ello. Yo soy muy raro y prefiero alquilar habitaciones en casas privadas. De esta manera el viaje me sale más barato, pero sobre todo conozco a gente que suele ser interesante y, además, me informan de los sitios de interés que no vienen en las guías turísticas y de la gastronomía local. Se llama consumo colaborativo. Lo hago también en España con el coche. Y la página que uso para alquilar habitaciones se llama www.airbnb.com.
Este matrimonio de anoche-hoy por la mañana, se ha ganado el primer premio en cuanto a hospitalidad. Y no solo por la comida y el trato. Su casa era de ensueño, y la habitación contaba con unas camas como para dormir de un tirón una semana. Teníamos previsto partir a las 9 de la mañana, y nos despertamos a las once. Pero qué bien sienta un buen colchón.
Pero había que partir, y lo hicimos con las extensas explicaciones de nuestros anfitriones. Nos aportaron una información tan valiosa que sin ellos, hoy no hubiera sido igual.
Aunque, vayamos por orden. Abandonamos Coachford sobre la una de la tarde y nos adentramos por una maraña de carreteras estrechas, entre suaves colinas que me recordaban a La Comarca (el friki no se va nunca). Javi iba haciendo fotos y yo paraba de vez en cuando y le imitaba. Las casas que veíamos desfilar parecían sacadas de cuentos de hadas, en algunos casos de películas de Estados Unidos. No en vano, Irlanda envió a muchos de sus hijos a este país a principios del siglo XX, implantando su cultura y su forma de vida en muchos casos.
Todo parecía sonreírnos, pese a que llovía con moderación. Sin embargo, en mitad de una de esas carreteras se nos cruzó un Mercedes y su conductor nos hizo señas para que nos detuviéramos. Pensé en un primer momento que había ocurrido algo y que podría ser de ayuda, pero me equivoqué.
El señor se parecía al cuñado de Walter White, en Breaking Bad. Es decir, una masa de músculos y cara de mala leche. Algo así como Los Soprano, pero en irlandés. El tipo, como malos modos, me preguntó a qué venía tomarle una foto a su casa. Yo estaba alucinando y no sabía qué contestar. Y él insistió: ¡¿por qué has fotografiado mi casa?! Al fin logré decirle que éramos unos españoles y que estábamos visitando su país, y que, claro está, cuando veía algo que me resultaba interesante o bonito, lo fotografiaba, como era el caso. Me miró como si quisiera colocarme unos zapatos de plomo y arrojarme al río Hudson, por muy lejos que estuviera el río. Y luego me dijo: ¡fucking yourself! Imaginad su significado. Con el paso de las horas mi conclusión es que temía que estuviera haciendo fotos para luego robar en la casa, pero no sé… Tal vez si yo tuviese una casa el campo y viese a alguien fotografiándola, le preguntaría por qué lo hace. Pero seguro que sería más amable.
Afortunadamente la anécdota no pasó de ahí y nos sirvió a Javi y a mí para reírnos un buen rato mientras recorríamos caminos cada vez más estrechos, en busca del Atlántico y sus acantilados en el suroeste.
La niebla nos fue cerrando el paso a medida que avanzábamos. Las montañas se difuminaban de manera fantasmal, y el paisaje me recordaba cada vez más al páramo de la novela Cumbres Borrascosas, de Emily Brönte. No es el mismo sitio, pues la novela está ambientada en Inglaterra, pero no debe diferir mucho: paisajes planos y eternos, neblinas que apenas permiten vislumbrar a pocos metros, soledad oprimente, y el mar embravecido que azota la costa sin piedad.
Descendimos por un camino pedregoso hasta una playa que me recordaba a Los Goonies (más frikadas, no, por favor), y nos apostamos a pie de arena para contemplar la naturaleza más salvaje. Las olas rompían en la misma orilla, sin escolleras o espigones que las frenaran, y dibujaban un paisaje que también me recordó a la Costa de Morte, en Galicia. De hecho, de alguna manera ambas tierras son vecinas.
Si viajáis a Irlanda no olvidéis recorrer el Slead Head drive, es una carretera que rodea el cabo de Dingle. Es menos conocido que el anillo de Kerry, pero más salvaje.
Ah, me olvidaba de un par de cosas. La primera fue una sorpresa que nos deparó el camino. Vimos un cartel que anunciaba la cercanía de una fábrica de soldaditos de plomo. ¿A quién no le gustan los soldaditos? De modo que nos internamos un par de kilómetros fuera de nuestra ruta para ver la maqueta más grande del mundo de la batalla de Waterloo, y admirar las figuras que fabrican en este lugar: escenas del Señor de los Anillos, de la guerra de secesión americana, de Los tres mosqueteros… A un paisano y colega de escritura, Alberto Caliani, estoy seguro de que le hubiera encantado.
Y la segunda fue el descubrimiento del Dick Macks, un pub de Dingle donde tuvimos la oportunidad de escuchar una improvisación de distintos músicos. La música celta, y la música en general, parece que es algo que llevan en la sangre los irlandeses. ¿Qué se puede hacer un sábado?: ir a un pub y tocar o escuchar música, y beber. Siempre beber.
La pinta de esta noche, que me tomo para celebrar mi 44 cumpleaños, es a vuestra salud.