A medida que recorro la isla esmeralda me voy imbuyendo del espíritu de su gente. Como ya dije, los irlandeses son amables, bebedores de cerveza, admiradores de los escritores, abiertos, etcétera… Pero, al igual que el resto del mundo, su alma también contiene una buena parte de sombras; supongo que la historia de Irlanda tiene buena parte de relación con estas sombras.
Hoy hemos visitado Belfast, en Irlanda del Norte, es decir en Reino Unido. Y de repente me he dado de frente con la realidad. Las ostras, los castillos, los acantilados… todo se difumina en una superficial y alegre atracción turística ante una verdad tensa y fría: la historia de Irlanda y los últimos años del conflicto irlandés.
Mientras conducía, Javier iba observando el GPS para indicarme -es un copiloto regular nada más, pero solo le hace falta práctica-, y de pronto me informó de que ya estábamos en el Reino Unido. Así. Sin más. Sin apenas darnos cuenta habíamos cruzado una frontera. ¿Qué es una frontera? ¿Qué, un país? El escritor irlandés Joyce lo dejaba muy claro: «Una nación no es más que la misma gente viviendo en el mismo sitio». Y ya está. Ni banderas, ni fronteras, ni religiones, ni diferencias políticas… Los seres humanos nos empeñamos en dibujar rayas: tú a un lado y yo al otro. E Irlanda, lamentablemente, es un país en el que la diferencia ha dejado una huella a fuego: más de 3.500 muertos en treinta y dos años.
Los católicos a un lado y los protestantes a otro. Y así durante cientos de años en Irlanda. ¿Esa es la enseñanza que un tal Jesús vino a confiarnos desde Galilea?
Contemplamos las señales del conflicto armado y los murales que se han pintado para recordar que esas heridas son difíciles de cerrar. Las calles donde se pintaron han sido convertidas en una especie de parque temático, a donde los taxistas llevan a los turistas para que nos hagamos fotografías. Ahora todo parece como un escenario de cartón piedra: aquí pueden ver donde se disparaba a católicos, aquí donde el IRA ponía bombas. Todo parece lejano. Hasta que vemos pasar un coche de la policía inglesa, con los cristales protegidos tras rejillas metálicas, y unas protecciones, también metálicas, a ras de suelo… algo parecido a un tanque. Javier y yo nos miramos, y en sus ojos hallé confusión. Sí, las heridas siguen abiertas…
Pero no quería que esa imagen empañara nuestro viaje y nos dejara un mal sabor de boca cuando ya casi estamos en la recta final. De modo que conduje hasta la Calzada de los gigantes para entregarnos a una realidad mayor: el poder de la naturaleza. Un poder, por lo demás, francamente sorprendente. Si viajáis alguna vez a Irlanda, no podéis perder la oportunidad de visitar este formidable monumento natural, formado por decenas de piedras pulidas y de forma regular que emergen de las entrañas de la tierra, y forman un paisaje que parece esculpido por el ser humano. Eso sí, por un ser humano gigantesco.
A unos 40 kilómetros al este incluso podréis divisar Escocia. Hoy se veía claramente en la distancia. Dicen que hace unos sesenta millones de años la calzada partía de Irlanda y continuaba hasta el vecino país, e incluso hasta Islandia. Sin embargo, los movimientos de la placa tectónica han ido desplazándola. Aún así, es tal maravilla que incluso empiezo a dudar de mi moderado ateísmo.
Ya por la tarde, y en Belfast, paseamos por sus frías calles. Aquí, en el norte, hace mucho más frío que en el resto del país. Las tiendas estaban cerradas y la ciudad parecía gris y aburrida. Salvo en el centro, el resto aparecía como una ciudad fantasma.
Vimos desde fuera la Opera House y nos aceramos a un restaurante, aunque a mitad de camino una amable navarra nos preguntó por una calle. Irlanda está llena de españoles: españoles que trabajan en el país, españoles que la visitan de turismo, españoles que visitan a otros españoles… Puedo decir que en todo el viaje no hubo un solo día en que no oyera varias veces conversaciones en español.
Pues bien, esta joven, de 25 años de edad, llevaba unos meses recorriendo el país. Me gustó que una persona así de joven decidiera salir a conocer mundo sola, y buscándose la vida con trabajos aquí y allá. Un poco como lo que hace Javier. Fue agradable. Sobre todo porque a Javi y a mí nos preguntó si éramos hermanos… jeje… A quién no le gusta un piropo así, aunque sea una mentirijilla…
Mañana visitaremos el museo del Titanic. Javier está deseando conocerlo. Pese a que era muy pequeño, o bastante pequeño, cuando se estrenó la película, creo que ha calado mucho en distintas generaciones. Es verdad que fue el accidente marítimo más sonado de la historia -murieron más de 1.500 personas-, pero hasta la película de Cameron no había disfrutado de tanta atención.
Mañana más…