Improvisación. Sí, la vida es improvisación. Planificamos nuestros estudios, a qué nos dedicaremos, cómo será nuestra boda, qué nombre poner a nuestros hijos… hasta las vacaciones están organizadas, a veces con agencias especializadas, otras revisando páginas web, preguntando a amigos… Planificación, planificación, planificación. ¿Y dónde queda la sorpresa, la emoción ante algo que no esperabas y que, sin embargo, te ilumina el día?
Hoy ha sido el día de nuestra improvisación. Lo único que sabíamos era dónde dormiríamos, el resto ha sido alguna frase oída y leída, y lo demás pura intuición. Y puedo deciros que ha sido una de las jornadas más entretenidas del día. Pero en lugar de contarlo, lo muestro.
Llevábamos arrastrando varios días de dormir poco y conducir mucho (esto yo, porque mi hijo no conduce; ¡lamentablemente!), de modo que en nuestras dos estupendas camas de un palmo de grosor, en una casa particular de airbnb que ya quisiera Angela Channing, dormimos cual angelitos hasta más allá de las once de la mañana. A Javier lo arranqué de los brazos de Morfeo con mi delicadeza habitual: ¡Javi, que nos hemos dormido! ¡Levanta ya!; sutil que es uno 🙂
Nos desayunamos como reyes (esto de las habitaciones privadas es un chollo) mientras Javier ligaba (o intentaba) con la hija de la propietaria de la casa, una pelirroja, como muchas irlandesas, de carnes redonditas y aspecto agraciado (no tiene mal gusto el chico). Y después, lamentablemente para Javi, nos marchamos a Galway.
De esta localidad lo único que sabía es que es la reina de Irlanda (o la presidenta de la República, por el país en el que estamos) en cuanto a ostras se refiere. De hecho, celebran un festival de ostras en septiembre que es bastante famoso por los alrededores. Con esa información y nada más, nos largamos a ver qué nos ofrecía el día. Y la suerte nos sonrió.
Aparcamos en el centro de la ciudad y abonamos el parquímetro (aquí también abusan los alcaldes: nada menos que tres euros la hora). Al caminar sin rumbo nos encontramos con un estupendo mural tributo a la música y a sus músicos. Javier, que es muy perspicaz, además de graciosillo (esto de vivir en Sevilla le marcó), se dio cuenta en seguida de que el mural estaba divido entre músicos vivos y quienes habían espichado ya. Abajo estaba Mick Jagger (sí, aunque parezca increíble, vive todavía), Bono, Sting, Tina Turner y otros que no reconocí (creo que tengo que ampliar mi cultura musical); más arriba, en un segundo piso, desde Freddie Mercury a Marilin Monroe, pasando por Jim Morrison y unos cuantos más que, a mi pesar, no reconocí tampoco. Y en último lugar, e imitando La creación de Adán, de Miguel Angel, nos encontramos con Elvis. ¡No es una maravilla!
La calle Market Street, que debe ser el corazón de la ciudad, rebosaba de gente desfilando, muchos en busca de compras, pues se trata de la zona comercial, otros paseando, y algunos curioseando. Como en todas partes. Yo buscaba un regalo especial, pero todo era demasiado poco original. Quizá otro día. Y Javier, apenas me di la vuelta, se metió en una tienda de ordenadores, móviles y juegos. Él dice que es un GEEK, o sea, un entusiasta de la tecnología. Yo digo que es un friki de los ordenadores y demás gadgets tecnológicos, pero él me replica: ¡Papá, no te enteras, esa palabra pasó de moda hace mucho! Qué viejo me hace sentir el muy… Sobre todo cuando me vacila preguntándome cómo hacía yo esto o aquello en el Franquismo. ¡Niño, que yo tenía cuatro años cuando murió el dictador!
En fin, pasemos un tupido velo.
Seguimos caminando y nos encontramos con un precioso coro de chavales y chavalas que parecían sacados de un cuadro de Rembrandt, pero no porque fuesen todos rubios, que también, sino porque vestían como si viviesen en el siglo XVIII. ¿Habéis oído hablar de los amishs? Pues algo así. Se trataba de la Iglesia de Dios. Curiosamente, todos las iglesias dicen ser de Dios. Me da a mí que o todas tienen razón, o ninguna. Allá cada uno con lo que elija. La verdad es que cantaban extraordinariamente bien. Lo único que me producía repelús era que mientras ellos cantaban, entre la gente que observaba se iban infiltrando unos «agentes» mucho más mayores, con la misión al parecer de captar adeptos. ¡Que mal rollo!
Después me senté a departir con mi amigo Oscar Wilde mientras Javier nos hacía una foto. Es buena persona, un poco, diría que un mucho, estrambótico, irónico, homosexual y genio. Desde luego El retrato de Dorian Gray me fascinó. Si habéis leído el libro, sabréis que se trata de la historia de un personaje que se mantiene en perfectas condiciones, mientras en el trastero guarda un cuadro que va sufriendo los efectos de la edad y la maldad. En realidad, todos somos un poco Dorian Gray. Pasan los años por nuestra piel, un signo del tiempo que se puede ver más o menos, pero ¿cómo se nota el paso de la experiencia, de los vicios, de los pecados, de las virtudes? No se nota. Quien nos mire, no notará si somos buenas o malas personas, si hemos cometido iniquidades o socorremos al necesitado cuando nos lo reclama. Realmente, todos tenemos un retrato de nuestro interior escondido en alguna parte. Y Wilde supo exponerlo brillantemente.
Y llegó la tarde, y pensar qué hacer, y recordar las ostras, y decidir que yo no me marchaba de Galway sin probar una ostra. Me gustan. Me gustan, además, mucho. Pero, es cierto, son caras y no se pueden encontrar así como así, por lo que buceamos en internet (realmente lo hizo Javi, que es un experto en encontrar cosas a través de Google) y descubrió el restaurante que presume de ofrecer las ostras mejores del mundo. ¡Ideal! Mi hijo llamó al restaurante y en un perfecto inglés reservó mesa. Y aquí un inciso. Si no lo he dicho antes, lo digo ahora: qué orgulloso de oír hablar a mi hijo en inglés. Yo no he tenido la suerte de vivir en un país anglosajón, pero he estudiado de vez en cuando inglés, como por rachas. Y aunque me defiendo, realmente no tiene nada que ver con la fluidez de Javier.
Y limpiada la baba de padre que se me cae, vuelvo a mi día. Nos dirigimos al coche para acudir al restaurante de otras, que no se encuentra en Galway, sino a media hora de viaje. Sin embargo, el día de la improvisación nos habría de dar otra nueva sorpresa. Otra vez un mural, muy chulo, nos saludó al pasar. Before I die I want to…. Es decir, Antes de morir quiero… repetido centenares de veces y con una línea para que cada uno lo completase como quisiera. Junto al muro había tizas de colores. Qué profundo, qué positivo y a la vez que impulso para que pensemos un poco. Yo escribí: be with my people… Qué mejor que estar con tu gente…
El restaurante (Morans, está en Kilcolgan) era lo que prometía. El mejor para las otras. A Javi no le gustaron nada, ya me lo temía. Los jóvenes son a veces un poco raros con esto de la comida; a mí también me ocurría. Peor para él, y mejor para mí, pues de la docena, yo me ocupé de once. Pero no fue lo único, tomamos unas patatas mezcladas con salmón que nos gustaron bastante, y un revuelto de cangrejo para repetir. Además, el postre fue delicioso: cheescake con sabor a Baileys. En Barcelona existe una cafetería llamada Carrots. He hablado de ella alguna vez en Facebook, pues me encanta su Cheesecake. Siempre digo que es el mejor del mundo. Pues, rectifico: es el segundo mejor del mundo.
Desde la pared, nos observaba Pierce Brosnan comiendo en ese mismo restaurante. Y es que, según el camarero, lo frecuenta con asiduidad. En las paredes podían verse muchas fotografías de famosos. Ciertamente, fue una buena elección e improvisada.
La improvisación marcó el día. También en muchos sentidos marca mi vida. Este viaje fue decidido en una sobremesa con un buen amigo, así como por las buenas. Este amigo se lanzó la tarde siguiente a buscarme los billetes, y aquello que había salido medio en broma y acabó por hacerse realidad. Y aquí estoy, disfrutando con mi hijo. Por tanto, ¡improvisad, improvisad, malditos!
Mañana nos vamos a otro país. Sigo en la isla esmeralda, sí. Pero cruzamos a Irlanda del Norte, que es Reino Unido. A ver como nos manejamos allí…