Alex Nogués Otero
Hoy mi intención es escribir una especie de gran metáfora. O cómo diría el insuperable Terry Pratchett una «metefuera» que es probablemente lo que acabe resultando.
Para ello vamos a imaginar que el escritor es en realidad un jardinero. Su misión es compleja y agotadora. Incluye multitud de tareas, entre ellas domar las enredaderas, podar aquí y allá, eliminar las malas hierbas, aniquilar a los pulgones y otras plagas, regar concienzudamente, recoger las hojas secas, cavar, airear, segar, rastrillar, …todo por el afán de alcanzar la belleza. Y no hay mayor expresión de la belleza en un jardín que una primavera florida. Ay…las flores. Pero no nos equivoquemos. Al verdadero jardinero no le importan un pimiento las flores. Lo que le importa de verdad es el compost. Todo su trabajo, todo su esfuerzo se levanta sobre esa materia oscura y humeante que ha ido preparando durante meses. Le ha echado los restos de su vida cotidiana. Las hojas exteriores de las lechugas, las mondas de las patatas, el poso de todos los cafés del año, aquella calabaza que se le olvido en la despensa y apareció un día en medio del pasillo, semipodrida, pidiendo una muerte digna….Al cabo de un año, al abrir la compuerta inferior del compostador, se consuma el milagro. Descomposición. Transformación. Metamorfosis. Aparece un tierra fértil, que se disgrega con facilidad al tacto, húmeda y cálida. Es el humus primigenio. Esa tierra lleva en su interior todas la bellezas posibles. Los nutrientes necesarios, la textura idónea, la humedad perfecta. El jardinero nunca obtendrá más placer que en ese momento, el alumbramiento del compost. En su cabeza aparecerá el jardín prometido. Todo el esfuerzo posterior valdrá la pena, aunque lamentablemente las promesas difícilmente se cumplan. Pero no habrá sido culpa del compost. Habrá sido culpa del jardinero y de las inclemencias del tiempo.
Al fin y al cabo, el jardín para el jardinero es eso y solo eso: compost, planificación, trabajo y plantas con flores. Allá cada cual con sus gustos…el arquitectónico y poético jardín japonés, el falsamente salvaje jardín inglés, el barroco y simétrico jardín francés, o el práctico jardín de urbanización.
Volviendo al mundo de las letras, me declaro un apasionado del compost. Creo que sin algo muy bueno que contar no vale la pena ni empezar. Y al igual que para hacer compost, hay que dar mucho de uno mismo para conseguir una materia suficientemente húmeda, oscura y sustantiva sobre la que valga la pena escribir.
Para mí el paradigma de escritor 100 % compost es Phillip K. Dick. Probablemente si no le dieron nunca el nobel fue por el estigma que le supuso ser considerado escritor de ciencia ficción y porque jamás se preocupó de las flores. Era un auténtico jardinero. Lo suyo era puro compost, como ha demostrado el mundo del cine – ávido de buenas historias- recurriendo una y otra vez a sus novelas y cuentos,.
Y el jardinero más equilibrado es Andrzej Sapkowski. Capaz de obtener el mejor compost, tener la paciencia de trabajar sobre él utilizando todas las técnicas conocidas y algunas por él inventadas y escoger las mejores flores para cada estación. Sin llegar a ser un autor desconocido, sí que a mi parecer no tiene el reconocimiento merecido. En su caso por ser un escritor principalmente de fantasía y encima ser polaco. Si Sapkowski hubiera sido americano…
Abusar de las flores a mí, personalmente, me induce a pensar que me están engañando. Que ahí no hay compost. Que el jardín se sustenta sobre un montón de abono sintético y herbicidas y mandangas tóxicas. La perfección no me gusta.
Mi regla personal es dedicarle a la historia mucho tiempo, al igual que el compost tarda en formarse. Y a la forma le dedico un suspiro; el mismo que el que duran las flores.
Eso sí, trabaja duro que si no del compost solo salen malas hierbas y larvas de escarabajo y tu objetivo final como jardinero es crear un jardín dónde la gente se pasee y se emocione con la belleza, sea cual sea tu canon, que has construido para ellos.
El autor
Nació en Barcelona en 1976. Padre. Amigo, amante y marido. Geólogo de formación, paleontólogo de vocación, hidrogeólogo de profesión. El andar cansado de tanto logo en su vida y los hachazos de la crisis lo han llevado a dedicarse cada día un poquito más a lo que realmente le gusta: escribir. Fascinado por la literatura infantil, juvenil y de género fantástico, curiosamente ha publicado relatos de ciencia ficción en la revista Redes y el libro de fotocuentos La Cámara de Escribir, una propuesta narrativa experimental.
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