Al-Zawahri, el nuevo líder de Al-Qaeda, la pieza clave de El Manuscrito de Avicena

Al-Zawahri, el nuevo líder de Al-Qaeda, cumple un papel muy especial en El Manuscrito de Avicena.

En El Manuscrito de Avicena Al-Zawahri es el vínculo entre el pasado y el presente, entre el fundamentalismo que comenzó en las cruzadas y el terrorismo actual.

En El Manuscrito de Avicena, el nuevo líder de Al-Qaeda es la pieza clave que explica la creación de Al-Qaeda y una hipótesis del autor, Ezequiel Teodoro, sobre las posibles raíces de este grupo terrorista, unas raíces profundas que surgen de otra organización creada en el tiempo de los cruzados, los Hashashin, temibles asesinos.

Al-Zawahri recibirá el legado de esa vieja organización y lo trasladará a Al-Qaeda. Con su nombramiendo como líder sólo cumple un paso más.

Así comienza El Manuscrito de Avicena:

Trece muyahidines afganos escoltaban a Osama Bin Laden y Aymán Al-Zawahiri a través de un laberinto de cuevas. Se internaban en una red angosta de galerías iluminados por las antorchas que portaban dos de los muyahidines. Osama detenía al grupo de tanto en tanto. Entonces, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, se demoraba perezosamente pretextando que había que comprobar si les seguían, luego ceñía contra su cuerpo el viejo kalashnikov que colgaba del hombro y proseguían su marcha con paso cansado.

A veces alguna bomba solitaria rompía sobre sus cabezas, y en esos momentos de inquietud se replegaban sobre sí mismos atemorizados por la vibración de la tierra, alguno de ellos con un murmullo de oración en los labios y el sudor empapando las axilas.

El ejército de la Alianza del Norte los había acorralado horas antes en las montañas de Kunar en un ataque sorpresa con B-52 norteamericanos; los aviones comenzaron a arrojar toneladas de proyectiles a las cinco de la madrugada y aún no les permitía un respiro.

Los ojos de Osama, de mirada autoritaria y color del desierto, se movían inquietos en todas direcciones. Aymán se fijó de repente en él. La chaqueta de camuflaje le sobraba por todas partes, sus labios habían perdido la humedad hasta no ser más que unos pliegues resecos bajo su ancha nariz, arrastraba los pies con dificultad. La admiración por él le venía de los tiempos de la lucha contra los soviéticos, de aquellas frías noches afganas, cuando ambos fumaban del narguile envueltos en mantas de pelo de camello y hablaban con pasión del único Dios verdadero y del día en el que los hombres acogerían las enseñanzas de Mahoma.

— ¿Está todo preparado?

La pregunta de Osama le pilló por sorpresa.

— ¿Todo?

¬— La operación.

Aymán reflexionó unos segundos y se detuvo sujetando del brazo a Osama.

— Hermano, todo está listo en Pakistán, pero…

— No quiero saberlo. En cuanto salgamos de aquí arregla lo que sea.

Aymán asintió. Conocía lo bastante a Osama como para saber que no valía la pena replicar.

Si quieres saber más, lo encontrarás en El Manuscrito de Avicena….