Cesta navideña literaria

Quiero celebrar la Navidad con todos vosotros y para hacerlo no se me ocurre mejor manera que esta oferta especial en la que hemos participado cuatro escritores. Hasta el próximo 31 de diciembre, si compráis El manuscrito de Avicena en Amazon, y me enviaís a ezequielteodoro@gmail.com una prueba de compra de fecha correspondiente a cualquiera de los días entre el 19 y el 31 de diciembre, os enviaré 3 novelas más: Prométeme que serás mía, de Silvie Anderson; La delirante campaña de Teo Smith, de Carmen Resino; y Acoso a Jaramaga, de Mila de Juanes. Una novela histórica, una erótica, otra de carácter político y una contemporánea. Cuatro novelas bien distintas por sólo comprar El manuscrito de avicena. Seguir leyendo

El apocalipsis de cada Navidad

Aparte

1386357726_374119_1386365866_noticia_grandeMadrid es habitualmente un espacio para transeúntes en permanente cola. Sea la época del año que sea, en esta ciudad de cuatro millones de habitantes siempre te puedes topar con una fila india para cualquier cosa, desde comprar el pan hasta asistir a un concierto. Es como si las cartillas de racionamiento de los años cuarenta aun rigieran nuestras vidas en la capital. No dudo que también ocurra en otras localidades, pero lo de Madrid es de nota.

Parece que todo el mundo va al mismo sitio al mismo tiempo. Y el último ejemplo de ello es la Navidad, en la que da la sensación de que el apocalipsis llegará pronto y hay que comprar y salir y disfrutar como si no fuese a existir un día más. Ayer cerraron la estación de metro de Sol durante una hora. Las calles Preciados, Sol, Callao, etcetera, eran un maremagnun de cabezas apretujadas unas contra las otras. ¿Para qué? Para nada, para comprar en día festivo, para salir a comprar Navidad.

Y es que el centro de Madrid se ha convertido en una feria donde la atracción principal son las tiendas de modas, y en menor grado alguno de los cines que aún resiste y los restaurantes de la zona. Pero fundamentalmente las tiendas de moda. Gran Vía es una pasarela de Cibeles a lo bestia, con megatiendas de marcas que están en la mente de todos. Hay que comprar, lo que sea, da igual… trapos y más trapos. Y no es sólo una costumbre femenina. Algunos me tacharán de machista, pero de toda la vida las mujeres han sido quienes vestían a sus familias. Ahora los chicos también se preocupan de ir a la última. No todo es depilarse la espalda, ¿verdad?

Por eso anuncios como el de la Lotería de Estado de este año parecen parodias antes incluso de que los parodien miles de internautas. ¿Quién se cree esa escena de cuento en la que todos sonríen alrededor de un árbol de Navidad y comparten ilusiones y esperanzas? Marketing de Loterías quería recuperar la tradición más antigua de la Navidad, pero pecaron de ingenuos. La Navidad es ahora comprar en El Corte Inglés una colonia cara, ir a H&M para participar en una gymkana de a-ver-cómo-me-queda-éste.

La Navidad es aglomeraciones borreguiles buscando algo que para regalar a alguien que no lo necesita. Es comprar figuritas de Belén y bolas para un árbol de plástico, aunque ninguno, realmente ninguno, tenga ya la más remota idea del significado con el que nacieron. Es una Navidad apocalíptica, de zombies que en lugar de comer cerebros, hacen compras. Y el virus está en todos, como en Walking Dead. ¿Quién es capaz de sustraerse a la obligación de regalar? ¿A la obligación de cenar con personas que apenas ves durante el año porque en estas fechas hay que hacerlo? Como si una cena familiar no se pudiera hacer el 2 de febrero o el 15 de noviembre.

Pero sea Navidad o no, la aglomeración de Sol y por ende del centro de Madrid no es más que el síntoma desaforado de que somos animales de costumbres gregarias, lo que viene a ser ¿Dónde va Vicente? Dónde va la gente. Es como si el ser humano hubiera nacido con el gen de las colas, como si al ver una fila larga de personas o un grupo de cabezas nuestra naturaleza no tuviese otra que unirse. ¿Una atracción atávica? ¿Miedo a estar solo? ¿O sentirnos integrados?

Nos gusta formar parte de la masa. La masa es cálida, protectora, nos evita decidir. Y sobre todo nos hace sentir que formamos parte de algo, que somos una pieza entre un conjunto de piezas. A pocos, quizá los más locos, les gusta diferenciarse, significarse. En el colegio o en el instituto, donde aún no somos políticamente correctos, suponía la muerte social. Ser diferente da yuyu. Es un estigma.

¿O no?

Aquí puedes verla noticia de la aglomeración: