Diario del camino. Día 2.

Acabamos de llegar a Redondela. Es increíble como el cuerpo se adapta a lo que le pides y va dándote fuerzas para culminar cada etapa. Esta segunda, de 15 km, en tres horas y media. Pero vayamos por partes; antes de contaros la jornada de hoy debo volver a O Porriño. La noche en un albergue es silenciosa y cansada después de los kilómetros que cada peregrino lleva en encima, sin embargo es un silencio carente de tensión, es un silencio satisfecho, casi diría conquistado con cada paso. Los peregrinos salen a llenar el estomago (por cierto, hay que comer n la cafetería Paso a nivel; te ponen unos platos a rebosar de grasa, nada ideal para dietas pero perfectos para recargar energías) y regresan muy pronto para dormir ( los albergues no son aptos para noctambulos, pues cierran sus puertas a las 22.00 horas).

Luego la noche pasa con sus ronquidos y toses en una enorme habitación llena de literas. Mi hijo, como todos los jóvenes, cerro los ojos al minuto uno; que suerte tener 18 años y todo el futuro por recorrer. A esas horas otros, yo mismo, vagabundeamos por nuestros problemas, que a ultima hora, cansados, ojerosos, nos alcanzan en el albergue. Pensamos, meditamos y al final los apartamos para tratar de echar una buena cabezada antes de romper la mañana. Al día siguiente batallón de lavado de dientes, recogida de mochilas, y pies ligeros, en algunos mas, para iniciar la siguiente etapa. En este caso O Porriño-Redondela, 15 km de subidas y bajadas que te dejan con la lengua fuera. Hoy es diferente.

La alegría despreocupada de la primera mañana ha desaparecido, ya conocemos el camino, ya lo tememos, o al menos lo respetamos. El silencio se adueña de nuestros pasos, nos empuja, también nos entretiene en nuestros pensamientos. Mi hijo, tan charlatán, tan despreocupado, como todo joven ansioso, camina sin decir esta boca es mía, cosa que me admira. Solo se detiene para señalarme el paisaje, donde unas brumas amarradas a las ramas de los arboles, convierten la montaña en un espectro de maneras sinuosas. Pasamos por caminos rodeados de chalets de jardines apretados; en algunos dan ganas de colarse, como Julia Roberts y el soso de Hugh Grant en Nothing Hill (la menor película romántica, incluso mejor que Pretty Woman). Los jardines son mas agrestes desde luego que los londinenses, y eso les imprime mas fuerza y atractivo.

El camino se va adueñando de cada uno de nosotros, aunque de manera diferente para cada quien. Mi hijo, por ejemplo, encuentra aventura y nuevas formas de ligar (a los 18 la sangre hierve dentro de los pantalones), yo observo menos a mi alrededor y me pierdo mas en mi interior. Repaso mis movimientos de los últimos meses, a veces de los últimos años, busco las equivocaciones, los caminos infinitos que podría haber elegido en lugar de los que elegí, y pienso, camino, y después vuelvo a pensar. Hoy el camino esta mas lleno, supongo que cuanto mas cerca de Santiago mas peregrinos. Ahora toca entrar en otro albergue, buscar donde comer y curiosear por Redondela. Y esta noche vuelta a empezar.