Como venga padre

Ezequiel Teodoro

Relato ganador del concurso de mayo de 2013 de relatos breves del Projecte de Lectura de l’Orfeò a Cornellà

García se limpió la nariz con la manga. Le dolía una oreja y el ojo lo tenía casi cerrado. Apretó los dientes para no llorar. Madre le reñirá por la sangre y el barro de su ropa. Refunfuñará, le sacará los pantalones y la camisa y los echará al barreño para frotarlos con el jabón que huele a petróleo. El López y los otros la habían hecho buena. Cuando se entere padre los va a poner firmes.

Rojo, rojeras, apestado, comunista, pelón. Una lágrima serpenteó por la mejilla dolorida, y García corrió pronto a limpiarla con un gesto seco. No le iban a ver llorar. Padre no lo hacía. Ni cuando salió de aquel sitio feo y gris y lo vio por primera vez en su vida. Era un señor famélico perdido en una chaqueta pelada y hambre en las mejillas y en los ojos. Le dio miedo cuando lo cogió con sus brazos huesudos. Creía que no aguantaría su peso. García apretó los puños. No lloraría. Padre le había dicho que ser hombre era eso: no llorar. Aunque le partan a uno la cara.

Tampoco se chivará a Don Cosme. El viejo cura le propinaría una colleja y lo mandaría escribir cien veces: los rojos son demonios. A padre no le gustan las sotanas. Dice que son vampiros que te chupan la sangre, pero lo dice bajito, susurrando, y luego, cuando madre lo mira con la boca torcida, le hace prometer que nunca lo repetirá delante de nadie. García se sentó y se refregó la rodilla. El marica del Campillo le había pateado mientras el López y el Bonilla le sujetaban de los brazos. Pequeño demonio, tienes cuernos y cola de diablo, rojo de mierda. Sorbió fuerte los mocos. Cuando padre venga se van a enterar: padre tiene una correa. Madre le ha hecho muchos agujeros porque le iba grande. Parece dura pero García en realidad sólo se lo imagina, porque nunca la ha probado. Padre lo riñe cuando se porta mal, también le da una colleja de tanto en tanto y le manda repetir la lección diez veces. Dice que en su escuela nunca azotaba a los niños, ni siquiera cuando decían mal las letras. Don Cosme, sin embargo, tiene una vara larga y verde, y les da en el culo y a veces en la cabeza. Qué suerte tenían los niños cuando padre daba la lección.

Se rascó la cabeza rala y desvió la mirada hacia la maleta abierta. No estaba la torta. Ahora no tendría qué comer hasta la noche. Se frotó la barriga preguntándose por qué le quitaban la comida: la torta estaba reseca y había que tragarla con agua de la fuente. Mucho más buena parecía la manzana del López o el embutido del Bonilla. García nunca comía chorizo. A veces pasaba por el ultramarinos y se detenía frente al escaparate a contemplar las ristras de salchichón y morcilla, y los jamones colgados, y el queso aceitoso. Salivó al recordar los olores. Padre jamás traía nada de esto a casa. Madre lloraba a escondidas. Pero con padre delante, ella siempre decía que el pan negro era delicias de merengue y que el agua sabía mejor que el champán.

A García le hubiera gustado probar alguna vez el chorizo. Para averiguar si sabía tan bien como olía. Como venga padre le van a tener que devolver su torta. Suspiró. Si tan sólo fuese un poco más alto, ya verían. Se alzó de pronto y echó una ojeada alrededor. Ya verían, sí, si padre viene. Rojo, rojeras, pelón, hueles a cerdo. Agarró la maleta de la correa y se la echó al hombro.

Si padre fuese todavía el maestro de la escuela, no se atreverían. Arrancó a andar hacia casa y se miró las manos sucias. Debajo de la costra del barro podía aún sentir la tersura de la piel. A madre le gustaba acariciarlas. Él la dejaba hacer, aunque las palmas de las manos de ella le parecían rugosas, y le raspaban un poco. Olían a jabón y a lejía. Sin embargo, las manos de padre, olían a viejo. Se agachó, recogió un adoquín y lo apretó fuerte. Le hubiera gustado darle en toda la frente a ese tonto del López. Lo arrojó con desgana. Padre dice que si no se sabe usar la cabeza, se usan las piedras. A García le gustaba sentarse a los pies de su camastro durante horas. Rojo, rojerillo, demonio con cuernos. Cuando venga padre, ya se cuidarán, ya. Al salir de ese lugar feo y gris, le enseñaba a cazar pajarillos y a poner trampas a los ratones. Después no, padre se cansaba mucho y tosía. Madre dice que el frío se le metió en el cuerpo cuando lo metieron en ese sitio que padre nunca nombraba. García no sabe nada de eso, pero se lo escuchó a ella cuando hablaba con la señá Encarna. Allí dentro no tenía mantas y dormía en el suelo, y tampoco comía. Por eso García cazaba palomas y las llevaba a casa al salir de la escuela. Hoy no. También ha perdido el tirachinas, con lo que le costó fabricarlo. Padre se puso muy contento cuando García le enseñó el artilugio, aunque madre le pidió que le dejara descansar. Se acercó a la fuente y mojó el pañuelo. Después de limpiarse la cara se sintió más relajado. A lo mejor no se llevaría una regañina. Anduvo arrastrando los pies hasta la calle General Moscardó. Padre le dijo un día que en esa calle nació él, pero entonces no se llamaba así, se llamaba Tetuán por un pueblo donde viven los moros que vinieron con Franco a matar rojos. Esto lo decía en voz baja para que no lo oyera madre, y no decía rojos, decía republicanos, pero a García se lo tenían prohibido. Se detuvo a contemplar el cartel. Le hubiera gustado estar allí cuando se llamaba de la otra manera y padre enseñaba en la escuela. Entonces nadie se metería con él ni le pegarían. Escupió al suelo y salió corriendo. A la vuelta de la esquina estaba su casa y ya era tarde: madre habrá llegado. Subió las escaleras de dos en dos y abrió de un empujón. Dentro, madre le esperaba sentada en la cama con el vestido negro que llevaba a diario desde que padre no estaba.

Soltó la maleta y se le acercó. Ella lo miraba con ojos cansados.

– ¿Otra vez te has vuelto a pelear?

García se encogió de hombros. Y madre lo acercó a su pecho y lo abrazó. Cuando padre esté aquí, ya se enterarán esos. Rojo, rojerito, hijo de una puta comunista. Ya verán esos.

– ¿Cuándo va a regresar padre?

Madre le acariciaba lentamente la cabeza.

– Pobre niño mío –le susurraba al oído mientras lo mecía–, pobre niño mío.

Tras el hombro de madre, García veía en la mesita de noche las gafas de padre, su pañuelo y el reloj de bolsillo con el cristal agrietado.

El autor

Ezequiel Teodoro

Ezequiel Teodoro

ezequiel teodoro nació en Ceuta en 1971. Ha escrito desde muy joven relatos y poesía, encauzando posteriormente sus inquietudes literarias hacia el periodismo, que ejerce desde 1989. Ha publicado la novela El manuscrito de Avicena (Entrelíenas, 2011), de la que ha vendido hasta ahora más de 10.000 ejemplares, y ha publicado relatos en distintas revistas y en dos colecciones: la colección de relatos del Ateneu barcelonés de 2010 y en 666, una colección de relatos de terror de paraiso4.com