Comienzo de mi próxima novela….

Cuando despertó aquella mañana, Toni presintió que algo estaba por suceder. No se trataba de los whiskys de la madrugada anterior ni de los garbanzos de Los Charros, ya se había propasado otras veces. Se rascó la mejilla y bostezó ruidosamente. Si prestara oídos a las bobadas que idea uno tras una mala noche… Sonrió cansinamente y apartó la sábana para levantarse, pero reparó en un agujero de su calcetín izquierdo que dejaba al aire un dedo gordo con tres pelos grises. Volvió a bostezar. Una amarillenta tela de luz atravesaba la ventana de su dormitorio e incidía directamente sobre sus pies. Mientras contemplaba el agujero del calcetín se preguntó cuándo fue la última vez que salió a comprar ropa. Tal vez lo acompañó Pilar, o quizá Julia; hace tanto de aquello. Ya ni recordaba el último polvo. Se propinó un par de cariñosas palmadas en la barriga y se desperezó del todo. Debían de ser las diez, o mucho se equivocaba o llegaría tarde al periódico de nuevo.

La ducha le sentó bien. Como siempre que dormía pocas horas, los músculos del cuello se le contraían como nudos de piedra, así que el agua bien caliente casi ardiendo de la regadera le ayudó a destensar. Metió la cuchara en el paquete de azúcar y vertió un par de cucharadas al café; el médico le había recomendado más ejercicio y cuidado con la alimentación. Qué sabía él. Es verdad que últimamente le costaba cerrarse el botón de los vaqueros y que las camisas le apretaban una pizca en el abdomen, pero en eso consistía el curso normal de la vida. Nacer, crecer, engordar y luego morir. Comprobó de un vistazo el reloj de la pared, en los tabiques de aquel salón casi desierto un oxidado péndulo destacaba como un clavo en mitad de un bloque de hielo. Las diez y media.  Encendió la televisión con el mando mientras engullía la mitad de una magdalena. En la pantalla una anciana lloraba silenciosamente ante un micrófono. Toni conocía bien esa imagen, los informativos la habían emitido una y otra vez desde la mañana anterior.